“Carla, yo...”
“No hace falta que digas nada, esto perdió su camino, no entiendo porque ansías disculparte sí sólo vas tras lo que amas. Ana debe ser increíble”
“Creí que... es sólo que... Carla” No encontraba las palabras. No las había para expresar lo que había dentro de él. El tiempo los alejó, ser los mejores amigos y adorarse con el alma funcionó un poco para que los lazos no se rompieran.
Pero sí para que se debilitaran.
“Eres mi mejor amiga, debiste ser la primera en saberlo”
“Roger, ya estamos grandes para esas cosas de los mejores amigos, no me avisaste antes porque ya no soy tan importante para ti. Lo entiendo y si me es posible tomare un avión y ahí estaré, en Roma, para verte casar. Es lo que debo hacer”
Él suspiro, ahora, después de tantos años de no verla, de tantos meses de no saber de ella, echó todo a perder. Los recuerdos volvieron y ahí estaba él otra vez, con ocho años haciendo pasteles de lodo con su vecina...
“Roger juguemos a los esposos”
“No Carly guacala, yo no te quiero dar besitos, estás fea” La pequeña llevó su mano llena de lodo hasta el cabello de su amigo, lo jaló hasta que lo hizo llorar, para después embarrar más lodo en su rostro.
“Fea, fea, fea” Él comenzó a gritar, intentado limpiarse las lágrimas con el dorso de su mano “Nadie te va querer ni jugara nunca a los esposos contigo” Dijo y le jaló el cabello, y se fue corriendo a su casa.
Carly se quedó triste, ella no era fea y nunca quiso darle besitos a Roger.
“¡Ey! Roger ¿sigues aquí?” Carla le jaló el cabello y le dio varias palmadas a Roger en la cabeza.
“¡Hey! Sí, sigo aquí, sólo recordaba cuando nadie quiso jugar a los espocitos contigo”
“Ja ja. ¿Qué dices que vio Ana en ti? ¿Tu cartera?”
“Ja – ja. Qué nadie te quiere dar besitos”
“Tú quieres hacerlo” Le dio un trago a la margarita y le sonrió a Roger, él cual tenía la cara roja, y de espanto, que seguro fue por el comentario de Carla y no porque los tragos se le hayan subido.
“Tus ganotas”
“Te doy chance de que me beses, sólo esta vez, para que cumplas tu sueño de toda la vida” Carla siseó, al parecer a ella sí se le habían subido los tragos.
Se levantó y se sentó en las piernas de Roger, colocó su cabeza en su cuello e inhalo su olor, seguía oliendo como lo hizo en toda su vida, a madera, a calma, a todo lo que ella quería.
Roger levantó su quijada con ayuda de su mano, encontrándose con su mirada nostálgica, era Carla, su Carla, a la que siempre amó. A la que el tiempo se había encargado -según eso- de que la olvidara, de que las ganas de besarla se disolvieran. Pero parece que sólo las guardó y que ahora todas salen a flote.
Y sabe que jamás tendrá una oportunidad como ésta.
Suspiró y se acercó un poco, hasta que sus respiraciones chocaban, sus ojos lucían tan brillantes, tan hermosos... La besó, por fin la había besado y decir que vio fuegos artificiales tras sus párpados no es exagerar. Tanto tiempo que quiso estar así y ahora...
Ahora, hay alguien más que se llama Ana y es la mujer de su vida.
“Carla...” Susurró
“Creo que sigo amándote” Dijo y se levantó. “Nos vemos en tu boda” Dijo y se fue.
Y la promesa parece tan obsoleta ahora que sus labios palpitan por más, porque llegó cuando no lo esperaba, cuando no lo necesitaba.
¿Y ahora?
Creo que sigo amándote. Creo que sigo amándote. Creo que sigo amándote.
“Yo también Carla. Yo también lo sigo haciendo” Dice al viento, esperando que las palabras viajen hasta sus oídos y regrese.
Y una promesa no es un adiós, un adiós hubiera sido mejor que palabras que le quemen la existencia.
Hubiera sido mejor, que recordar. Que sentir, que extrañar.
Y un adiós hubiera significado, que al menos estaba haciendo lo correcto.
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